Los discursos parlamentarios de Práxedes Mateo-Sagasta

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1422
Legislatura: 1891-1892 (Cortes de 1891 a 1892)
Sesión: 15 de abril de 1891
Cámara: Congreso de los Diputados
Discurso / Réplica: Discurso
Número y páginas del Diario de Sesiones: 33, 788-790
Tema: Acta de Ocaña

El Sr. SAGASTA: Pido la palabra.

El Sr. PRESIDENTE: La tiene S. S.

El Sr. SAGASTA: Bien dijo S. S. que era un liberal contenido, porque, en efecto, se contuvo allá antes de la revolución de Septiembre. Y puesto que S. S. quiere retrotraer las cosas hasta aquella época, hace bien en hablar así, porque, por lo visto, con eso da gusto a la mayoría, que también viene de aquella época y a aquella época quiere volver (Rumores en la mayoría.) hasta el punto de que aplaudía al Sr. Ministro de la Gobernación cuando criticaba la obra del partido conservador; porque sin eso no se puede vivir en España, está firmado por el Ministro de la Gobernación Sr. Romero Robledo. (Muy bien, en la minoría. Rumores en la mayoría.) Ya sé que esto le importa poco a la mayoría, porque el Sr. Romero Robledo no pertenece ya a esa parroquia (Risas); pero pertenece a ella, y por lo visto en ella está muy encarnado el Sr. Silvela, que, si no recuerdo mal, era subsecretario del Sr. Romero Robledo por aquel entonces. (Bien, en la minoría.) Y por si todavía le parece poco a la mayoría, le debo recordar que era Presidente del Consejo de Ministros el antiguo jefe del antiguo partido conservador, Sr. Cánovas del Castillo, porque ahora ya ni hay partido conservador ni antiguo jefe del partido. (Rumores en la mayoría.- Risas en las minorías).

Ahora aquel antiguo jefe no es jefe del partido conservador, es jefe de una conjunción. ¡Bueno era el antiguo jefe del antiguo partido conservador, para admitir en aquella época conjunciones! ¡Bueno era en aquella época el ilustre antiguo jefe del partido conservador, para consentir Ministros a su lado que dijeran, como hoy dicen a todas horas: "Sí; somos Ministros con el Sr. Cánovas, pero no somos conservadores!" ¿Qué serán esos Ministros? (Risas) Hoy no se encuentra el partido conservador, y tampoco se encuentra a su ilustre y antiguo jefe; de él no ha quedado ni aun su sombra; y a este paso, apenas podrá decir que se llama Pedro. No habéis hecho, pues, bien en aplaudir al Sr. Ministro de la Gobernación cuando renegaba de su propia obra, de la obra del partido conservador. ¿Si será que los hombres de aquel partido van a renegar ya de la obra del partido conservador?

Claro está que una de las cosas necesarias para que el cuerpo electoral goce de toda aquella independencia que ha menester, es que los Municipios tengan buena Hacienda; pero entre tanto, Sr. Ministro de la Gobernación, ya que no tienen buena Hacienda, lo que importa y lo que se necesita es que los Gobiernos, que los Ministros no abusen del mal estado de la Hacienda municipal para fines electorales, y que no destituyan los agentes de S. S., ni S. S., porque no pueden hacerlo, a los Ayuntamientos porque en sus cuentas aparezca un desfalco de 3 ó 4 pesetas. Así es como se hacen las costumbres, mientras se hacen las leyes que S. S. echa de menos, a pesar de que la actual ley municipal es [788] obra del partido conservador. Y luego, no se debe acudir a la Hacienda municipal solo cuando hay elecciones, porque no habiéndolas, todo marcha bien; pero vienen las elecciones y no hay Ayuntamiento que tenga bien su Hacienda. Mientras S. S. y su partido hacen la ley, no acuse S. S. a nadie del estado precario en que se encuentran los Ayuntamientos; en todo caso, no será por culpa nuestra, que nuestra no es la ley; nosotros la combatimos.

También ha hablado el Sr. Silvela en contra de la ley indicada, porque no es de la libre acción de los Gobiernos el nombramiento de los alcaldes y porque no se falta a la ley porque los Gobiernos dejen encomendada esa facultad a los Ayuntamientos. El principio general de la ley es el de que los alcaldes deben ser elegidos por los Ayuntamientos, y que, sólo como excepción, los Gobiernos podrán, sin embargo, nombrar los alcaldes de las capitales de provincia y de los pueblos que cuenten determinado número de habitantes. Y debe decir que esa ley es también vuestra. Pues bien; la interpretación mejor, la más natural, la más lógica, es la de dejar a los Ayuntamientos el nombramiento de alcaldes, y reservar únicamente, como excepción, al Gobierno, aquellos a que anteriormente me he referido. Y esto fue lo que hizo el partido liberal. Por consiguiente, no ha tenido S. S. que restablecer nada de la ley, ni ha tenido tampoco que recabar ninguna facultad de gobierno que nosotros hubiéramos abandonado. Dentro de la ley procedimos, y el que ha procedido fuera de la ley ha sido S. S.

Es una teoría admirable la que ha sostenido S. S., diciendo que como el Gobierno tiene la facultad de nombrar los alcaldes en determinadas poblaciones, puede el Gobierno quitarlos cuando le parezca oportuno, o admitir renuncias que no han presentado, como sucede con el alcalde de Ocaña. ¿Dónde está la solicitud dirigida al Gobierno por el alcalde de Ocaña, pidiendo se le admita la renuncia de su cargo? En primer lugar, el cargo de alcalde, Sr. Ministro de la Gobernación, es irrenunciable. La ley no habla más que de excusas, y aun para admitir éstas hay que proceder con ciertas limitaciones, de que S. S. se ha olvidado por completo.

Pues bien; este alcalde de Ocaña, que había sido elegido por la corporación municipal porque tenía derecho para ello, puesto que el gobierno no quiso nombrarle, dejando que lo eligiera el Ayuntamiento, en 9 de Julio, a raíz del último cambio político, presentó sus excusas al Ayuntamiento, y el Ayuntamiento no las aceptó, dándole un voto de confianza; y desde el momento en que esto ocurrió, quedó terminada allí la cuestión, porque el alcalde no se alzó de la negativa del Ayuntamiento, y el asunto, repito, quedó allí completamente terminado, puesto que la resolución causaba estado. Pero decía el Sr. Silvela: "es que yo publiqué una Real orden restableciendo el principio del nombramiento de los alcaldes por el Gobierno; y claro está que, debiendo los alcaldes presentar sus excusas al Gobierno; y claro está que, debiendo los alcaldes presentar sus excusas al Gobierno y no al Ayuntamiento, como lo había hecho el alcalde de Ocaña, éste faltó a su deber." Pero, Sr. Silvela, la Real orden de S. S. es de últimos de Julio, y el alcalde presentó las excusas al Municipio en 7 del referido mes; y por lo tanto, esa Real orden se publicó después de haber causado estado la no admisión de la renuncia del alcalde de Ocaña.

Por consiguiente, este alcalde era tal alcalde hasta que no presentara sus excusas al Gobierno, el cual en ningún caso pudo admitirle la renuncia. Por esto, la palabra que yo empleé al ocuparme de esa Real orden, reconozco que fue dura; pero más dura es aún la Real orden. La Real orden dada por S. S. encomendando al Gobierno nuevamente la facultad de nombrar los alcaldes, se publicó a finales de Julio, y las excusas habían sido presentadas al Ayuntamiento por el alcalde de Ocaña en 7 de Julio; pero de eso no se acuerda el Gobierno, ni tiene conocimiento alguno de ello hasta fines de Diciembre, pocos momentos antes de la elección, y en los cuales importaba que el alcalde de Ocaña dejara su puesto, para que le ocupase el hermano del candidato triunfante.

Hay además un absurdo en suponer S. S. que puede relevar a un alcalde que ha dejado vacante el cargo. Claro está que yo no atribuyo a S. S. la redacción de esa Real orden; pero yo le digo que se hizo tan precipitadamente, que urgía tanto la resolución, que se redactó la Real orden de cualquier modo y sin notarse el absurdo en la Secretaria.

Yo fui el primero que reconocí, Sr. Ministro de la Gobernación, que los vicios inveterados no se curan en un día: pero yo no combato a S. S. porque no los haya curado; por lo que le combato es porque no ha intentado siquiera poner el más pequeño remedio, y en lugar de disminuirlos los ha aumentado.

Ya sé yo que en Inglaterra tardó mucho tiempo en llegarse a la sinceridad del sufragio, y que hubo necesidad de muchos bills para conseguirlo; pero aquí S. S. no ha hecho nada para llegar a ese resultado; por el contrario, ha aumentado el caciquismo. Todos hemos convenido en que el caciquismo es un mal. Pues bien; nosotros íbamos poniendo remedio a él, como lo prueba que el año de 1881, siendo yo gobierno, nombré algunos gobernadores, pocos, creo que no pasaron de dos, de sus propias provincias, pero me persuadí de que este era un mal que aumentaba el caciquismo, que le daba alas, y cuando volví a ser gobierno no quise nombrar ninguno.

Así es como se hacen las costumbres; mientras que S. S., después de ver los inconvenientes que el hacer eso tiene, ha nombrado ahora mas gobernadores caciques que en las épocas anteriores; esa es la manera que tiene el partido conservador de corregirse.

Que lo eficaz no es la ley, sino las costumbres, y éstas tardan macho tiempo en modificarse. Pues ya que la ley no remedia el mal, yo procuré remediarlo variando la costumbre en el nombramiento de los gobernadores. ¿Por qué no la ha variado también S. S.? ¿Es que quiere S. S. que sólo seamos nosotros los que corrijamos los vicios, y que S. S. sea el encargado de aprovecharlos?

Que yo mandé a las Marianas no sé a cuánta gente. ¿Qué tiene que ver esto con el sistema electoral? Aquella era una manera de establecer buenas costumbres. En aquellos momentos no teníamos que dar cuenta a nadie de nuestra conducta, más que a la opinión pública y a nuestra propia conciencia; éramos soberanos, teníamos una verdadera dictadura; y como yo veía la marcha de las cosas, hice lo que creí conveniente a los intereses generales del país y a la salvación de la Patria. Después no he dejado de ser hombre político; mandé muchos allá; pero repetiré una vez más que no lo hice sin tomar [789] las necesarias precauciones; porque he de advertir que cuando a. uno de aquellos hombres que por haber cometido asesinatos, robos y otros delitos en medio de las perturbaciones que afligieron a. la Patria, le mandaba a la Carraca, yo hacia publicar en la Gaceta su nombre, anunciando que si no había ninguna persona que por él respondiera, iría a las Marianas.

Pues bien; muchos mandé a la Carraca, pero muchos también volvieron de allá, sin llegar a ir a las Marianas; porque bastaba que una persona caracterizada respondiera de ellos, para que se les dejara volver a sus casas. Han pasado algunos años, y todos han vuelto a sus hogares; pero nadie me ha hecho cargos por esto, mas que el Sr. Silvela. ¿Sería pariente del Sr. Silvela alguno de los que fueron allá? A nadie se le ocurrió pedirme cuentas de todos los que fueron y de los que no llegaron a ir por la responsabilidad de otras personas. ¿Por qué se le ocurre pedírmelas al Sr. Silvela? (Rumores.) ¿Es que le ha hablado a S. S. alguno de aquéllos? Pues yo digo a S. S. que nadie ha reclamado, ni por atropello ni por cosa alguna, como no sea S. S.

Por lo demás, yo siento haber oído las tendencias políticas de S. S. El Sr. Silvela quiere retroceder a la época aquella anterior a la revolución de Septiembre. Lo siento por S. S.; pero mas lo siento por el partido, que le tiene, si no por primer caudillo, por segundo; porque, una de dos: en ese viaje de retroceso, o tiene S. S. que dejar solo a, su partido, o su partido tiene que dejar solo a S. S.; porque conjuncionado y todo como está, no me parece que se halla en el caso de retroceder hasta antes de la revolución de Septiembre.

Allá S. S. hará lo que le convenga; nosotros le prometemos que toda ley que traiga esa tendencia será, enérgicamente combatida por nosotros, mientras que toda ley que se inspire en la tendencia de dar mayor libertad e independencia a, los Municipios y a las corporaciones provinciales, será bien recibida por nosotros y apoyada. Después de esto, emprenda S. S. el viaje que quiera; tiene S. S. muchos amigos en la mayoría, y acaso esos le sigan en el viaje; pero tengo la seguridad de que no le seguirá todo el partido; y no siguiéndole todo el partido conservador, S. S. será, jefe de un partido que no se llamará conservador; será moderado, que es lo que era el partido conservador antes de la revolución de Septiembre. Yo siento que S. S. eche de menos con tristeza aquellos tiempos en que, por lo visto, se hacían las cosas tan bien, según S. S.



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